Espainiako Kultura

Escrito por Luis Iglesias
 
La gastronomía, como la paella valenciana, los quesos asturianos o el vino de Rioja, son un componente de la cultura de España, arraigados y resultado de la evolución de los usos y costumbres sociales a lo largo de generaciones.

Las cuevas de Altamira, el Guernica de Picasso o las pinturas negras de Goya son parte del patrimonio cultural de España, un patrimonio pictórico de valor incalculable que se cuida y se promociona con todo el cuidado posible.



El flamenco, los carnavales de Santa Cruz de Tenerife, el aurresku o las muñeiras son parte del patrimonio cultural de España. Difícilmente se podrían concebir buena parte de las fiestas tradicionales de cualquier punto de nuestra geografía sin considerar sus danzas típicas y sus celebraciones más características y arraigadas socialmente.

La Plaza Mayor de Salamanca, el castillo gótico de Bellver, la catedral de Santiago de Compostela o las casas colgantes de Cuenca son parte del patrimonio cultural de España. Son iconos de la historia y los paisajes urbanos de nuestras ciudades y son constantes los cuidados que se les dedican para evitar cualquier deterioro.

Los idiomas vasco, asturiano, catalán, gallego y castellano, así como su riqueza dialectal, son parte de la cultura de España y su mantenimiento y cuidado tiene unas necesidades de la misma forma que las tienen los edificios que necesitan reparaciones o los cuadros que requieren una restauración. Ignorar estos requerimientos desde las instituciones conlleva ser partícipe de su degradación, más aún cuanto mayor sea la responsabilidad en el ámbito cultural de cada uno, y de la ofensa no ya a sus hablantes, cosa harto fácil de pronosticar que ocurrirá, sino a cualquier persona que aprecie la profusa variedad lingüística del país, porque es patrimonio de todos.

Propuestas como la del señor Wert (récord absoluto de ministro peor valorado desde la transición), van no solo en contra de toda lógica lingüística, social y cultural del país del que, muy a pesar de una desbordante mayoría de ciudadanos, es ministro, sino que se remite a una antediluviana concepción del mundo anclada en el la unidad de destino en lo universal, en la uniformidad a ultranza según las tesis de un arcaico nacionalismo españolista acomplejado que interpreta la diversidad como amenaza y la variedad como vil disgregación.

Querer imponer una lengua única para todo el estado no ha funcionado y no funcionará jamás mientras exista en España el culto del amor desinteresado a la belleza (como sentenciaba una misiva enviada al dictador Primo de Rivera por decenas de escritores en lengua castellana, entre ellos Manuel Azaña), algo que está muy lejos de ser posible de legislar por arrogantes mayorías parlamentarias, o de poder instaurarse por monarquías absolutistas o regímenes totalitarios centralistas.